Educar. Arte, ciencia y paciencia.

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domingo, 14 de enero de 2018

ALMA DE CÁNTARO


ALMA DE CÁNTARO: A LOS HIJOS LOS EDUCAN –O MALEDUCAN– SUS PADRES, EL COLEGIO, LOS AMIGOS, LA TELEVISIÓN, INTERNET, LA CALLE, ETC. , ETC.
Estoy en el patio del colegio y pasa a mi lado un grupo de chicos ya hombretones. Pienso en la buena constitución física que tienen hoy nuestros chavales gracias, entre otras cosas, a una buena alimentación, a una buena cobertura médica y a la posibilidad de ejercitar un deporte. Sin embargo, si lo que llevan sobre sus hombros –la cabeza– no tiene una buena formación doctrinal y cultural, es decir, si no dominan su cuerpo y sus pasiones, mala cosa. ¿Y qué podemos hacer? Pues lo que esté en nuestras manos, que no es poco. En primer lugar no vivir en las nubes. Procurar ir por delante de los acontecimientos que aparecen con el crecimiento, dándoles los criterios oportunos para la toma de decisiones. En segundo lugar participar activamente en aquellos ambientes e instituciones que influyen en la educación: colegio, medios de comunicación, estamentos políticos, etc. Todos estamos influenciados por el ambiente que nos rodea. Pero en función de nuestra formación y de nuestros criterios, el ambiente externo nos afectará en mayor o menor medida. Nuestros hijos son como una esponja que absorbe todo lo que les llega. Hoy día hay muchos ambientes negativos donde pueden beber con facilidad, y las madres y padres tenemos que estar muy pendientes para contrarrestar ese influjo. Es más, en muchas ocasiones somos los mismos progenitores los que de una forma ingenua ponemos al alcance de nuestros hijos esos ambientes, llámense lugares de veraneo, conexión a internet y televisión en su cuarto, programas de televisión, revistas y un largo etc. Recuerdo la anécdota de una madre que me aseguraba que su hijo se acostaba todas las noches temprano, porque cuando miraba por debajo de la puerta, la luz de su habitación estaba apagada. No sabía la buena señora que su hijo efectivamente apagaba la luz, y se metía en la cama arropándose hasta la cabeza junto al pequeño televisor que tenía en su cuarto, y de esta forma estaba todo el tiempo que quería, viendo lo que le apetecía. Eso sí, para su querida madre estaba en los brazos de Morfeo.
(Del libro; Educar. Arte, ciencia y paciencia)


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lunes, 8 de enero de 2018

LE DECÍA UN ENFERMO TERMINAL AL MÉDICO QUE LE ATENDÍA


Le decía un enfermo terminal al médico que le atendía: "doctor, ¿cuánto tiempo hace que no se confiesa?". ante la inesperada pregunta, el doctor, moviendo la cabeza le dijo que hacía ya tiempo. "pues siento decirle –respondió el paciente– que su situación es más grave que la mía".

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Cuando nuestro organismo detecta algún elemento extraño que produce un desequilibrio orgánico, se ponen en marcha una serie de mecanismos que tratan de contrarrestar dicha agresión. Nos ponen en guardia, y si no remiten acudimos al médico para que indique el tratamiento que mejor ayude al organismo a vencer la enfermedad.
         Del mismo modo que las enfermedades corporales tienen unas causas, la tristeza, la agresividad, la irritabilidad, la angustia, tienen las suyas. Habrá que buscarlas y procurar encontrar los remedios.
         En muchas ocasiones tenemos mala conciencia, pues sabemos que hemos actuado mal. Reconocer la culpa y pedir perdón de corazón al ofendido es el único camino posible para alcanzar la paz y la alegría que otorga perdonar y sentirnos perdonados.
         Me viene a la memoria la siguiente anécdota:
Una señora mayor, bastante sorda, entró en el confesionario de una iglesia. Al rato, ante la falta de respuesta del sacerdote a lo que ella decía, se da cuenta de que en el confesionario no hay nadie. Entonces la buena señora sale riéndose de su despiste. Volvió al día siguiente a la iglesia y se le acercó una chica joven que le dijo: –Señora, quiero darle las gracias, pues llevaba mucho tiempo sin confesarme y el otro día la vi tan contenta cuando salía del confesionario que decidí seguir sus pasos. Hoy me he confesado, y estoy muy feliz, gracias por su ejemplo.
         Hoy día las consultas de los psicólogos están a rebosar: ante cualquier problema de comportamiento o de relaciones sociales la respuesta es de todos conocida: tendría que verlo un psicólogo.
Ni que decir tiene que no tengo nada contra esta ciencia; es más, gracias a ella se resuelven situaciones que el ser humano en su complejidad acaba magnificando. Pero, y lo dicen muchos psicólogos, bastantes de esos problemas se resolverían con una buena confesión. ¡Ah!, y es mucho más barata.
Cuando una persona se pone enferma, ocurre en ocasiones que no se logra encontrar la medicina. En lo sobrenatural, no sucede así. La medicina está siempre cerca: es Cristo Jesús, presente en la Sagrada Eucaristía, que nos da además su gracia en los otros Sacramentos que instituyó[1].

         Para terminar esta reflexión transcribo el estribillo de unas conocidas sevillanas:

Arrepentío,
vengo a pedirte perdón.
Arrepentío,
porque vale más tu amor
que el orgullo mío.


[1] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 160.


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